2 de abril de 2013

De secretos y ausencias

     Aún podía sentirlo; su aroma, su piel, su pelo raro,... Pero ya no estaba, se había ido y quizá, para nunca volver. Se acordaba de él de cualquier manera en cualquier momento; la había marcado para siempre pero sobre todo estaba en los detalles. Su forma de tomar los refrescos, su manera de hablar, sus miradas escépticas cuando algo no encajaba, su letra, sus manos curtidas por el trabajo duro y su sonrisa tristemente apagada. No podía mirar a ningún lugar sin que hubiera algo a lo que asociarlo. Y entonces, ella se entristecía. Sencillamente, porque sabía que no volvería, que fue suyo en sus sueños y que lo había perdido. Aún podía sentirlo y en consecuencia, sentía su amor y su cariño, sentía sus abrazos, su alma.

     Él la añoraba. La echaba tanto en falta como el sol al verano. Se acordaba de ella, y es que no podía ser de otra manera. Ella se había colado en su vida de la forma más accidental, con su risa, sus comeduras de tarro, sus complejos, sus ilusiones y sus aspiraciones. Hacía tiempo que no la veía, y cuando reaparecía de forma inesperada se alegraba. Era como un poquito de alimento para su corazón,... Pero ella no era suya. Nunca lo fue y sin embargo, la extrañaba como una madre a su hijo. Pero no fue hasta que la vio marchar, que se dio cuenta de que realmente la amó en algún momento.

     Ambos se saludaron con un beso y se miraron de forma extraña. Charlaron sin más, de forma cotidiana y trivial. A ella le mariposeó el estómago y tuvo que reprimir una risa tonta y dominar sus manos torpes y nerviosas. Él casi no la miraba, pero la observaba. Allí estaban; dos amigos, enamorados en la sombra y en la ausencia, amándose de forma silenciosa y sutil, sin tocarse, sin apenas mirarse, sin expresión alguna que denotara un ápice de sentimiento. Se amaban calladamente, sin saber que el uno anhelaba al otro.
-Nos vemos, dijo él.
-Sí, cuídate, respondió ella.
Y de nuevo, se separon, y volvieron a soñar.
(...)

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