13 de abril de 2013

MICRORRELATOS

Relato 33

     De todas las cosas que podían acontecer aquel día, ocurrió la que menos se esperaba. Decidió que quedar con él no podía hacerla más daño, a fin de cuentas, estaba enamorada de él hasta el tuétano, pero era un amor tan imposible como doloroso.
     Cuando entró en el bar, él estaba sentado en una banqueta en la barra, leyendo el periódico. Al verlo pensó en lo hermoso de su rostro y suspiró. Se acercó y al ponerse a su altura, él la miró, sonrió y cerró el diario apartándolo a un lado en la barra. Ella se sentó junto a él y pidió un té.
-Gracias por venir, dijo él. -Sé que no es fácil para ti. Ella se preguntó por qué no era fácil; no eran más que dos amigos en un bar.
El té estaba ardiendo y casi no podía ni coger la taza, así que comenzó a darle vueltas con la cuchara y a soplarle.
-¿Cuánto tiempo llevas enamorada de mí?. La pregunta le produjo una quemadura en el corazón, casi tan dolorosa como la que le produjo el té al derramarse en su mano. Comenzó a llorar y no supo siera la mano o por la liberación emocioal que suponía aquella conversación. Él, disculpándose, sacó un pañuelo y se lo puso sobre la mano. Cómo se le ocurría hacer aquella pregunta mientras ella sostenía una taza de té hirviendo. Se maldijo por ello y le pidió hielo al camarero.
-Desde hace más tiempo del que puedo recordar... Yo,... Lo siento..., dijo ella. Se miraron a los ojos y él colocó el hielo envuelto sobre la quemadura. Ella emitío un sonido de queja; la mano le dolía horrores.
-¿Por qué te disculpas? Enamorarse no es un pecado mortal. Lo dijo como una media sonrisa, para que ella se sintiera mejor.
-Tú tienes tu vida hecha, yo no pinto nada ahí.- Ella apartó la mano de las suyas y comenzó a tomarse el té; de pronto se había enfriado de golpe.
-¿Que no pintas nada? ¿Por qué piensas eso?- Nunca una cara reflejó tanta extrañeza. Ella se terminó el té, se levantó de la barra y pagó la cuenta.
-Será mejor que me vaya, no debí venir,... Esto,... Me viene grande, lo siento.- Ella pronunció aquellas palabras con un tono ensombrecido, y antes de que puiera decir nada, ella ya estaba en la calle. Él la siguió corriendo. ¿Por qué se marchaba? ¿Acaso era tan terrible para ella saber que él lo sabía? 'Más tiempo del que puedo recordar', había dicho ella. De pronto se preguntó si todo encajaba, o ya no encajaba nada.
  Las lágrima le quemaban. LLorar le producía terribles jaquecas y recordó que no llevaba ibuprofeno en el bolso. -Mierda,.... Yentonces, él la alcanzó y la agarró del brazo.
-Suéltame, por favor.
-¿Por qué te has ido?, preguntó él. Al ver el rostro enrojecido por el llanto y que sus manos temblaban, lo comprendió todo.
-Realmente me quieres, y que me tengas delante sabiendo que sé lo que sientes,... no te ayuda,- dijo él con voz calmada. Decidió soltarla y sin decir nada, ella se fue. Se marchó caminando deprisa, limpiándose la cara con el pañuelo que él había puesto en sus manos. Él se quedó allí de pié, observándola. Y entonces, se contestó a sí mismo; entre ellos ya no encajaba nada.

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