16 de marzo de 2011

LEMBRANZAS E CATIVECES

ORTIGAS, ZARZAS Y BOMBAS,...
     No sé cuál es el primer recuerdo que conservo estando allí, en Galicia. Pero es normal, si tenemos en cuenta que probablemente, era muy pequeña. Los que creo que son los más antiguos, son recuerdos de imágenes sueltas siendo una niña, jugando con las hijas de unos vecinos de mi abuela. Otros sin embargo, son del tren; ese, que todavía hoy, sale de la Estación de Chamartín a eso de las diez de la noche y que llega de madrugada al pueblo de mi abuela. Siempre era un gran viaje, y lo que más me gustaba, era el mero hecho de ir en tren y los bocadillos que preparaba mi madre para el trayecto. A veces fuimos en cochecama, otras en segunda,... Pero el tren, y era genial. Recuerdo uno de esos viajes, con mi madre, sus primas y yo; una niña feliz, porque dormía en litera, aunque fuera en la de abajo, en tren, con sus bocadillos de filete empanado y tortilla francesa. Yo tenía seis años; vamos, una pequeñaja. Íbamos al entierro de mi bisabuela materna, que se había ido con noventa y algo de años, y que luego con el tiempo, yo recordaría como un personaje peculiar en mi vida. Se me llenaba la boca cuando alguien me preguntaba, y yo respondía: 'ya murió, en el '86, pero es que había nacido en 1898,...' Yo había nacido en 1980 y ella en 1898; ochenta y dos años de diferencia generacional. Y cuando me convertí en una de las fans de Lorca, recordé y pensé; 'los dos nacieron en el mismo año',... Y se me henchía el pecho de orgullo, porque pensaba que la historia, casi sin saberlo, me guiñaba un ojo. Pero lo mejor, era que yo tenía recuerdos de ella, porque la había conocido, en persona, más que por foto, y no se me olvida cuando siendo yo una pichurrina (increiblemente, me acuerdo como si hubiera sido ayer), tropecé y caí, yendo con mi abuela, la hija de mi bis, sobre unas ortigs y zarzas que me langraron mis pobrecitos muslos de piel de lactosa. Lloré,... no. Berré, chillé,... Y mi abuela me cogió en brazos, y cuando llegamos a casa, entre mi bis y ella, me curaron las piernas, colocándome paños con algo que picaba y escocía, al tiempo que aliviaba. Y me acuerdo de ver a mi bis allí sentada, junto a mí, vestida totalmente de negro, consolándome, con su pelo de nieves perpetuas recogido en un moño. Sus ojos, más bien pequeños y oscuros y sus zapatillas de andar por casa.
      Por otro lado, en Madrid, estaba el abuelo de mi padre, mi bisabuelo, claro. Al final, me liaré, ya lo vereis. En esta ocasión, debo decir, que no conocí nada más que a la madre de mi padre y una hermana suya, entre otras cosas, porque ambas vivieron en mi casa hasta que Dios las llamó a su lado. La historia de mi bisabuelo paterno, es peculiar. Si no recuerdo mal, fue comisario, puesto, que cuando llegó la guerra a Madrid, pudo haber supuesto su perdición y la familia de mi padre, pero que finalmente, no fue así. Resulta que se casaba Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Watemberg. Bodorrio por todo lo alto. Se casaba el rey que nació siendo rey. Por desgracia, cuando la comitiva pasaba por la calle Mayor de Madrid, desde un balcón, un hombre lanzó un ramo de flores, que en su interior ocultaba una bomba. Y se lio, claro. ¿Qué pintaba mi bis comisario en todo esto? Fácil. La policía dio con él, con lo que diríamos agentes de incógnito, y uno de ellos, el que iba vestido de mujer, era mi bis. De nuevo la historia, me guiñaba un ojo, casi con pedantería. Pero lo cierto, es que el anarquista Mateo Morral, el de la bomba, fue reconocido, y finalmete se suicidó. Por supuesto, esto no viene en la wikipedia, esto es narración en estilo directo de mi abuela, mi tía y mi padre. También, nos contaban, como las bombas caían por Madrid, y en casa de mi padre, en la calle de Lavapiés, a la altura del número 35, la familia de mi padre colocaba los colchones por toda la casa para amortiguar los cascotes, en caso de que una bomba hiciera lo propio en el edificio. O como a un vecino, lo delató otro vecino, republicano por cierto, haciendo que lo fusilaran. Y que, como no murió en ese momento, le propinaron el tiro de gracia, y tampoco murió. Sencillamente, porque no era su día y listo.
O como ese primo de mi abuela materna, la gallega, tras la guerra vivía escondido en el pueblo, y su novia, porque no se habían casado, tuvo toda una prole magnífica de hijos, y que muchos se preguntaban cómo era eso posible, pues no estaba casada, y el único novio que se le conocía "parecía no estar".
Pero esas, son harinas de otro costal, con las que haremos pan en otra ocasión.

1 comentario:

  1. "La verdad, q si yo fuera Fulgencio, saldría..." Ja, ja,ja, q bueno cuando nos liamos con las historias familiares, y x fin estan aquí en el blog! Un besazo!

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