26 de marzo de 2011

MICRORRELATOS

REFLEXIONES
    Viajar me da sueño. Mucho. Me da igual el trayecto que realice; termino dormida, envuelta en un lento y agradable sopor. Y si llueve, más. Siento al resto de los viajeros a mi alrededor, el ruido de sus bolsas, de los zapatos, de los auriculares cuyo sonido supera el diez en una escala de doce. Siento la lluvia resbalar por los cristales, como lágrimas finas y largas, que se pierden en una mejilla de color verde transporte. De vez en cuando, abro los ojos y miro a ver por donde vamos; aún no he llegado a mi parada,... Parece que hay tráfico lento; mejor, unos minutos más de sueño. Cierro otra vez los ojos. Y me quedo profundamente dormida. Abrazada a mi bolso, con la radio puesta, se me va cayendo la cabeza, y una y otra vez, la pongo derecha, pero se vuelve a caer. Y entonces, sueño. Con la universidad, con mis niños, con el museo,... contigo.
Un bache ruidoso me despierta de golpe. Acabamos de entraren el intercambiador. Parece que he dormido horas, hasta me cuesta despertar y espabilarme. Tengo la boca seca. La gente comienza a levantarse y a coger sus cosas. Me da la sensación de que he dormido mucho, y apenas han sido venticinco minutos. Salgo a la calle; hace frío y llueve. La humedad y el agua me encrespan y rizan el pelo. Me subo al G, y cierro los ojos; quince minutos más de trayecto y... ahí estás. Te veo, luego estoy soñando. Y si sueño, es que me he vuelto a dormir.

1 comentario:

  1. Gusta. Oye, no sé qué será eso del transporte público pero es cierto, sobre todo como llueva, te entra un sueño... supongo que como uno se pasa tanto tiempo yendo hacia los sitios el camino es la segunda casa ;)

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