5 de diciembre de 2010

EL HORNO DE LA VIDA Cap. II

Capítulo II Un traje nuevo
     Bordeando la catedral se llegaba a una zona de casas antiguas. Jarek y Otto atravesaron un callejón, y entraron en una casa baja que hacía esquina. Olía a chimenea, a caliente,…. A comida caliente. Otto sintió como su estómago le hablaba en más de ocho idiomas. Hacía tanto que no comía en condiciones que aquel olor lo devoraba.
‘Las bombas cayeron en la zona sur, en el barrio obrero. Aquí estamos a salvo,… por el momento,….’ Jarek le enseñó a Otto la casa y lo llevó a una estancia sin ventanas, pequeña, que olía a cerrado, pero que era acogedora, con una cama pequeña cubierta con una colcha de patchwork de vivos colores.
‘En ese armario tiene ropa limpia,… de mi hermano. Mire bien, pruébeselo todo, algo habrá que se pueda poner y tirar esos andrajos que lleva. Bueno, el abrigo no, pero esos pantalones casi hablan solos.’ Jarek le indicó que en un arcón bajo la cama, también había zapatos y algún par de botas.
‘Imagino que a su hermano no le molestará que coja sus cosas, supongo que es ropa que ya no usa’.
‘Murió. Efectivamente, ya no la usa. Y a gente como usted le hace falta.’ Otto se quedó callado y exhaló un tímido ‘lo siento’.
Pero en todo aquello, había algo raro. Otto acababa de llegar a esa ciudad, no conocía a nadie, y un desconocido, le daba alojamiento y ropa limpia.
‘Mire, le agradezco todo esto, pero… yo no lo conozco, no quiero ser un estorbo,… La situación ya es bastante complicada, verá estoy buscando a mi esposa, y seguiré mi camino. Descansaré un rato y me iré, de verdad. Gracias por todo.’ Otto volvió a guardar la ropa dentro del armario.
‘Precisamente, como la situación es tan complicada es bueno que nos ayudemos los unos a los otros.’ Jarek lo miraba, y observaba sus manos.
‘¿A qué se dedicaba usted antes de la guerra?, le preguntó.
‘Era profesor y pintor’, Otto respondió con un tono melancólico que daba clases en un colegio, en un pequeño pueblo de Polonia.
‘¿Y qué es que lo pinta?, ¿Cuadros, o es pintor de brocha gorda?, preguntó Jarek.
‘Pintaba iconos. Imágenes religiosas; en ocasiones, incluso arreglaba las que teníamos en la iglesia. Pero supongo, que se habrán perdido. Mi profesión es la de maestro.’
‘Le traeré agua caliente para que pueda asearse; cuando se vista vaya a la sala, allí cenaremos.’
Otto pensó, que a fin de cuentas, qué importaba que no lo conociera de nada. En tiempos de guerra todo daba igual, todo o casi todo, estaba permitido. Si ese hombre lo ayudaba, una ayuda que necesitaba, no le diría que no.
     Se aseó y eligió un traje de color marrón militar, bien planchado, de lana y se lo puso. Incluso se echó un poco de agua de colonia y salió de la habitación a la sala. Jarek le presentó a una mujer joven, que vestía un delantal blanco. Se llamaba Linnet.
Mientras cenaban, Jarek le preguntó cómo había terminado un maestro polaco en la otra punta del continente, en aquella esquina de Francia, a lo que Otto respondió explicando que su esposa y él, se fueron de Polonia al poco tiempo de la llegada de los alemanes. Pretendían llegar a París a casa de unos parientes, pero les sorprendió un control en la frontera, algo que los retrasó mucho. No les dejaron moverse de allí hasta casi un día después. Ese retraso fue fatal, pues cuando continuaron su viaje, les sorprendió un bombardeo y se separaron.
‘¿Y cómo sabe que sigue viva? Jarek lo miró con escepticismo.
‘Había listas de supervivientes y listas con los nombres de las personas que se habían llevado en trenes hacia el oeste. Su nombre estaba en la segunda lista. Confío en que esté viva, o en alguna cárcel,… Verá,… Yo no soy judío, pero mi mujer sí. Y creo que esa fue la causa del retraso en la frontera.’ Linnet miró a los dos hombres, que de pronto se habían quedado callados.
‘Seguro que la encontrará, y cuando lo haga y todo esto se acabe, vendrán los dos a cenar a nuestra casa. Además, tengo dos sobrinos que necesitan un profesor. Como se habrá imaginado, ahora mismo no hay escuela.’

     Después de cenar, se acostó. Casi no se acordaba de los días que hacía que no comía bien, que no dormía en un colchón, y que no pasaba frío durmiendo. Se arropó con la colcha de patchwork y rezó porque su esposa se encontrara bien, como fuera y donde fuera. Que estuviera bien, caliente, y que no pasara hambre,… Europa estaba sumida en una guerra que no parecía tener fin, pero la vida continuaba, debía continuar. De pronto le corrió un escalofrío por el cuerpo al pensar que quizá no encontrara a su mujer, que estuviera,… Qué vida iba a continuar él sin ella, sin su amiga, su amante, su esposa,… Se fue quedando traspuesto, y le vino a la cabeza la escuela en la había trabajado los últimos años. Los niños a los que enseñaba a leer, a escribir sin faltas de ortografía, a tener educación en la mesa,… Las risas que se echaba con ellos y su lógica aplastante, la misma que era la prueba viva de su inocencia. Se preguntaba que habría sido de ellos. Y se fue quedando dormido, poco a poco, soñando con muñecos de nieve, niños y cuentos.

     A la mañana siguiente, después de desayunar, se fueron él y Jarek a otra casa baja que estaba dos calles más abajo. Cuando entraron, Otto miró al hombre que se encontraba allí. Viejo, con el pelo canoso,  que sostenía un tubo metálico en la mano. Jarek los presentó.
‘Este es Otto Stawthsevich, creo que puede ayudarnos’.
‘Un placer. ¿Cuál es su maestría?’ preguntó el hombre. Otto no entendía.
‘Pinta iconos. Tú verás si vale o no’, dijo Jarek.
‘Pintor,… sí, necesitamos un pintor, la pintura es lo primero que se pierde. Yo soy soplador de vidrio,…’.
Su maestría. Cuál era su maestría,… Otto no terminaba de entender nada, pero
pronto lo comprendería, sobre todo cuando lo llevaron al sótano.

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