19 de diciembre de 2010

"Sedada"

     No pude encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Me quedé petrificada, sin saber cómo rteaccionar, qué hacer o qué decir. Por primera vez, mi cabeza no asimilaba la trascendencia de lo que acababa de acontecer.
Tuvieron que llevarme a uno de los sofás de la sala de espera. Fueron a traerme una tila, pero hizo falta algo más que agua caliente para hacerme reaccionar. Y sin más, rompí a llorar. Se me hincharon los ojos tanto, que una enfermera me hizo tumbar, y me colocó una compresa fría y húmeda sobre ellos. No podía ver quién era el que me cogía de la mano, pero supuse que era el de siempre, aunque parecía que sus manos habían cambiado, su tacto, su textura. Pero eso no importaba. EStaba allí, en la sala de espera de un lugar como aquel, tumbada en ese sofá de esa piel, que en cuanto te mueves, da la sensación de que estás eliminando gases. Olía a yeso, a escayola, al plástico de los sueros, a betadine de la botella azul y de la marilla. Olía al sudor de una guardia de doce horas, a farmacia de urgencias. Oía las sirenas de fuera; el trajín de camillas de acá para allá,  y escuchaba voces que, bajo la batuta de una voz cantante se sincronizaban: "placa de tórax, oxígeno al máximo y un electro. -Sí, doctor." Y de nuevo, ir y venir de gente. Ya no lloraba, sólo escuchaba o que mis ojos no podían ver.
     No recuerdo cuánto tiempo estuve en aquel sofá pero fue el suficiente para quedarme adormilada y comenzar a soñar. Era como si mi cabeza intentara mantener la cordura, al tiempo que mezclaba los sonidos que escuchaba con mis sueños. Me dolía la muñeca izquierda y no sabía por qué. Y de pronto, todo se sumió en un profundo silencio, y me sumí en un estado de sopor cntra el que no pude luchar.
Me abracé a ti de inmediato; con fuerza, como si tueviese miedo de que algo pudiera separarnos. Pero tú, me consolabas, me decías palabras tiernas al oído, y me repetías que siempre estaríamos juntos, que siempre estarías conmigo. Me diste un beso y te alejaste hasta que ya no pude ver tu silueta. Entonces, comencé a oir todo el ruído anterior, pasos, camillas, sirenas,... Me quedé fría; se me enfriaron los pies, los brazos, y ya no había nadie congiéndome la mano. Otra vez me dolía la muñeca. La enfermera me quitó la compresa de mis doloridos ojos y me incorporé. Y entonces, lo vi claro. Tenía una vía puesta en la muñeca porque me habían sedado. Me quedé fría porque mi calor se fue con él, al soltarse su mano de la mía. Un escalofrío me recorrió tdo el cuerpo, al caer en la cuenta de mis sueños. "Siempre estaré contigo", me dijiste; te estabas despiediendo de mí. Y fue entonces, cuando la realidad me abofeteó con la mano abierta en la cara y en el corazón, y mi cabeza asimiló lo que tanto le costaba.
La muerte te alejaba de mí, dejándome un frío perenne en el cuerpo, y una caja de recuerdos vividos y por vivir. Entre sollozos, llamé a la enfermera: "¿Podría volver a sedarme? Olvidé decirle a mi marido que lo amo y que yo también estaré siempre con él.
                                                                    15 de mayo de 2008

1 comentario:

  1. Esa sensación de sueño profundo y reconfortante en el q no te puede pasar nada malo y en el q te sumirias por la eternidad... me encanta. Hay momentos en los que no se puede volver atrás (a hacer o decir cualquier cosa), esa es la razón mas importante para el "vive el momento", xq precisamente puede llegar la vez en la q ya no haya mas oportunidades (se cambian por vacio, q no esta ni un cuarto de bien comparando). Un beso!

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