22 de diciembre de 2010

ENTRE CEJA Y CEJA

     Oscar se sienta reflexivo sobre la cama; apoya los codos sobre las rodillas y con las manos en la cara se queda mirando a la nada. De nuevo, se levanta, camina por la habitación, se cruza de brazos y mira perplejo a través de los cristales; un enorme jardín se alza al otro lado de la vidriera, el cielo gris, el suelo cubierto por un color amarillento y un frío más o menos soportable.
    Otra vez pasea; un cuerpo atractivo, de traje con chaleco, elegante, zapatos finos y buena presencia. Pasea otra vez, vacilante, sumido en una honda duda que parece no cesar. Siente sudores, calores agobiantes, se afloja la corbata y el cuello de la camisa, se le pone la piel de gallina y suspira profundamente; los nervios decoran toda la habitación. Retira la silla del escritorio, se sienta y piensa lo que va a hacer. Coge su tintero de plata, su pluma, abre un cajón y saca un par de cuartillas; "Estimada Isabel..." Pero entonces, deja de escribir, tira la pluma al suelo, derrama el tintero sobre el papel, y echándose de nuevo las manos a la cabeza llora desconsoladamente; grita suspira, solloza y entre lágrima y lágrima, lanza una pregunta al aire: "¿Por qué?" Y por ser aire, se desvanece.
     Se ensaña con los enseres materiales y destrozando la habitación, como si de vándalos se tratase, abre la puerta y sale medio tambaleándose, tropezando con todo y gritando a la vez que baja las escaleras. Se detiene en medio del recibidor, como aturdido, y sigue caminando hacia el jardón, despacio, medio sonriente, con lágrimas en los ojos, como si estuviera delirando. Una vez allí, camina aún más lento que antes. Observa la fuente marmórea, la mira fíjamente. Una Venus semidesnuda corona el monumento. Oscar, comienza a confundir la realidad con la ficción, y la Venus se va transformando en la duce Isabel. Él la llama, le dice que baje de ahí, pero la estatua no contesta, no se inmuta, ni siquiera para decirle que no es Isabel, sino un adorno más pulido en la piedra. Oscar cesa en su antojo, pero comienza un monólogo con las flores, los arbustos, los sauces que como él, lloran,... Con un doble parpadeo se fija de nuevo en la Venus; saca de su costado una pistola, escondida por el chaleco, comprueba que hay una única bala, cierra el tambor y empuña mejor el arma. Entonces, le dice a la Isabel de piedra; "Estás demasiado muerta para mí,... demasiado" Se coloca el cañón de la pistola en la boca, y cuando va a disparar se detiene. Mejor se la pone en la frente, entre ceja y ceja, porque una vez después del disparo ya no habrá cerebro alguno que pueda recordar quién fue Isabel. De pronto, un silencio, un disparo y se acabó. Su cabeza revienta como si fuera un globo. La hierba sostine trocitos de su mente y la Venus, porque cuando disparó dejó de ser Isabel, cambió su blanco aterciopelado del mármol, por el cálido y coloreado flujo en el que nadaban los pensamientos de Oscar.
Allí, más allá del jardín, volvieron a encontrarse; una vez más, Osacar e Isabel.

1 comentario:

  1. Hay varias palabras con letras cambiadas! oye, con esto no estaras mandando ningún mensaje oculto ni nada así, no? En fin, claro ha quedado que Oscar no es un señor moreno con los pensamientos bien puestos en la cabeza, ja, ja. un besooo!

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