30 de diciembre de 2010

Perdona...

Perdona,
olvidé olvidar quererte.
Olvidé tu olvido
por un instante.
Olvidé que la noche
se lleva el día
y que el día
despide a la noche.
Olvidé tu nombre.
Olvidé que las estrellas
me engañaron;
me mostraron tus ojos
en vez de mostrarse ellas.
Olvidé que el rocío
me trajo tu aliento,
me trajo tu adiós.
Perdona,
se me olvidó
que tengo que dejar de amarte.
Se me olvidó
el olvidar quererte,
y por olvidar,...
olvidé pensar en mí
y quise pensar en ti.
                 7 de marzo de 2001

28 de diciembre de 2010

Las últimas reflexiones del año...

     Después de los acontecimientos que he ido viviendo últimamente, creo que ha llegado el momento de poner en práctica los resultados de las reflexiones a las que me he dedicado, casi por obligación, durante los últimos días.
   Resulta que la vida me pegó un par de bofetadas con la mano abierta, pero tonta de mí, no escarmiento. Hace tiempo confirmé, que no descubrí porque ya lo sabía, que soy un error en la vida de algunas personas, concretamente de una, la cual, aunque no se merece mi respeto ni se lo ganó nunca, no voy a mencionar aquí (creo que tengo la suficiente educación...). Llegados a este punto, y estando en vísperas de despedir un año, caracterizado por la muerte de mucha gente de mi entorno, y pensando que, precisamente la vida son dos días, tengo que cerrar algunas ventanas por las que apenas me entraba el aire, a cambio de abrir otras puertas que quizá por ser puertas, permitan una mejor ventilación.

Por lo pronto, he roto con padre, algo que debí haber hecho hace mucho tiempo, años quizás, pero que debido a una melancolía absurda de carácter genético, nunca hice antes. Mi hermano suele decir, que cuando una persona no aporta nada  a tu vida, para qué seguir en su mismo camino. Y digo yo, si mi padre, no sólo no aporta nada a mi vida, que ya es bien triste decirlo, sino que además, me premia con tristeza, disgustos, sinsabores, broncas ridículas de un maniático sin sentido, desprecio, odio y una falta de comprensión absoluta,... Vamos, que decía yo que era genético. Así, lo entendeis lo mejor.
     En otro orden de cosas, he visto hace unos días, a una amiga de toda la vida, de la que hacía tiempo no sabía nada,... Fue de las mejores cosas que me pasaron esta semana, por no decir la única. Los reencuentros con personas que sí aportan algo  a mi vida, son siempre alentadores y enriquecedores.
Visto así, creo que lo mejor es intentar pasar página, mandar a la mierda todo eso que me hace daño, y mirar hacia adelante en la medida de lo posible, claro.
Lamerme las heridas y arramcarme las costras, pensado que todo quedará en una cicatriz.
     Así pues, mi propósito para el año nuevo, no será dejar de fumar, puesto que no fumo, ni ir a un gimnasio, porque no tengo ni tiempo ni dinero para ello, ni echar en un tarro de cristal todos los céntimos sueltos del monedero (ya digo, no tengo dinero, y menos para meterlo en un tarro),... Pero sí haré algo de dieta. Con un poco de suerte y menos calorías, seré un trozo de carne, si cabe algo más apetecible, porque al final de eso se trata, de un trozo de carne...
Por supuesto, seguiré pluriempleada, estudiando, y continuaré durmiendo en el bus de camino al trabajo, a clase y a casa, sin preocuparme si me paso de parada,... Como tengo abono, me da lo mismo.
     Y estas son las últimas reflexiones del año,...
     Feliz Año a todos.

La Pieza de la semana


El rapto de Proserpina,

de Gian Lorenzo Bernini (1621-22)
                                                                                                                     
The large marble group of Pluto and Proserpina by Gian Lorenzo Bernini, shows Pluto, powerful god of the underworld, abducting Proserpina, daughter of Ceres. By interceding with Jupiter, her mother obtains permission for her daughter to return to earth for half the year and then spend the other half in Hades. Thus every spring the earth welcomes her with a carpet of flowers.
The group was executed between 1621 and 1622. Cardinal Scipione gave it to Cardinal Ludovisi in 1622, and it remained in his villa until 1908, when it was purchased by the Italian state and returned to the Borghese Collection. In this group Bernini develops the twisting pose reminiscent of Mannerism, combined with an impression of vital energy (in pushing against Pluto's face Proserpina's hand creases his skin and his fingers sink into the flesh of his victim).

27 de diciembre de 2010

Poema del Amor que llega

Te voy sintiendo tan cerca
qu se eriza el vello de mi espalda.
LLamaste a mi puerta
pero no llegaste a entrar;
sólo embriagaste la entrada
de mi boca, me venciste
con la borrachera de la espera.
Cuando te hubiste marchado
me dejaste como recuerdo
la aletargada soledad
de mis días en tu ausencia.
Soledad de tu terrible
e inexistente presencia.
Pero ahora te voy sintiendo
de nuevo; de nuevo tan cerca.
Trátame, Amor de ébria
que no tengo miedo a la resaca.
Ahora sé que estoy preparada.
Sé que me rondas
como el rocío a la mañana,
y por ello te abro mi ventana
y todas las puertas de mi casa.
Amor, te voy sintiendo tan cerca
que se eriza el vello de mi espalda.
Acércate infinitamente
sin llegar a tocarme;
que sea yo la que te busque
y que seas tú el que me encuentres.
                           12 de abril de 2006

22 de diciembre de 2010

La Pieza de la Semana

Letra y partitura de la Cantiga de Amigo Ondas do mar de Vigo, de Martím Codax
     Martín Codax (o Martim Codax) fue un juglar gallego, posiblemente de Vigo, por las continuas referencias a dicha ciudad en sus poemas, de entre mediados del siglo XIII y comienzos del siglo XIV. Apenas existen datos sobre la identidad del personaje.
El corpus literario a él atribuido se limita a 7 cantiga de amigo que figuran en los cancioneros de lírica galaicoportuguesa y en el Pergamino Vindel, en el que figura su nombre como autor de las composiciones. El descubrimiento de este pergamino fue fruto del azar: en 1914 el bibliógrafo Pedro Vindel lo encontró en su biblioteca, sirviendo de guarda interior a un ejemplar del De officiis de Cicerón.
http://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_Codax
Camino de estrellas blancas,...

Camino de estrellas blancas
que alumbran tus pasos
cuan luciérnagas curiosas.
Estelas de luz y calor
que iluminan tu cara
y nubes púrpuras en el ocaso.
Tu silencio te golpea el pecho
y te pide que le rompas
como boetella de cristas en mil pedazos.
Y miembros el estuvo callado
era el alma quien gritaba;
te revienta la pasión
porque la sigues recordando.
Tu camino de estrellas se apaga
porque no te olvidas de sus besos.
Y siguen pasando las horas,
y siguen pasando los días,
te aferras a su cuerpo
y cuentas las noches perdidas.
Sabes que pudiste tenerla
y te duele no haberla tenido;
sabes que la tuviste
y te duele el haberla perdido.

ENTRE CEJA Y CEJA

     Oscar se sienta reflexivo sobre la cama; apoya los codos sobre las rodillas y con las manos en la cara se queda mirando a la nada. De nuevo, se levanta, camina por la habitación, se cruza de brazos y mira perplejo a través de los cristales; un enorme jardín se alza al otro lado de la vidriera, el cielo gris, el suelo cubierto por un color amarillento y un frío más o menos soportable.
    Otra vez pasea; un cuerpo atractivo, de traje con chaleco, elegante, zapatos finos y buena presencia. Pasea otra vez, vacilante, sumido en una honda duda que parece no cesar. Siente sudores, calores agobiantes, se afloja la corbata y el cuello de la camisa, se le pone la piel de gallina y suspira profundamente; los nervios decoran toda la habitación. Retira la silla del escritorio, se sienta y piensa lo que va a hacer. Coge su tintero de plata, su pluma, abre un cajón y saca un par de cuartillas; "Estimada Isabel..." Pero entonces, deja de escribir, tira la pluma al suelo, derrama el tintero sobre el papel, y echándose de nuevo las manos a la cabeza llora desconsoladamente; grita suspira, solloza y entre lágrima y lágrima, lanza una pregunta al aire: "¿Por qué?" Y por ser aire, se desvanece.
     Se ensaña con los enseres materiales y destrozando la habitación, como si de vándalos se tratase, abre la puerta y sale medio tambaleándose, tropezando con todo y gritando a la vez que baja las escaleras. Se detiene en medio del recibidor, como aturdido, y sigue caminando hacia el jardón, despacio, medio sonriente, con lágrimas en los ojos, como si estuviera delirando. Una vez allí, camina aún más lento que antes. Observa la fuente marmórea, la mira fíjamente. Una Venus semidesnuda corona el monumento. Oscar, comienza a confundir la realidad con la ficción, y la Venus se va transformando en la duce Isabel. Él la llama, le dice que baje de ahí, pero la estatua no contesta, no se inmuta, ni siquiera para decirle que no es Isabel, sino un adorno más pulido en la piedra. Oscar cesa en su antojo, pero comienza un monólogo con las flores, los arbustos, los sauces que como él, lloran,... Con un doble parpadeo se fija de nuevo en la Venus; saca de su costado una pistola, escondida por el chaleco, comprueba que hay una única bala, cierra el tambor y empuña mejor el arma. Entonces, le dice a la Isabel de piedra; "Estás demasiado muerta para mí,... demasiado" Se coloca el cañón de la pistola en la boca, y cuando va a disparar se detiene. Mejor se la pone en la frente, entre ceja y ceja, porque una vez después del disparo ya no habrá cerebro alguno que pueda recordar quién fue Isabel. De pronto, un silencio, un disparo y se acabó. Su cabeza revienta como si fuera un globo. La hierba sostine trocitos de su mente y la Venus, porque cuando disparó dejó de ser Isabel, cambió su blanco aterciopelado del mármol, por el cálido y coloreado flujo en el que nadaban los pensamientos de Oscar.
Allí, más allá del jardín, volvieron a encontrarse; una vez más, Osacar e Isabel.

19 de diciembre de 2010

"Sedada"

     No pude encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Me quedé petrificada, sin saber cómo rteaccionar, qué hacer o qué decir. Por primera vez, mi cabeza no asimilaba la trascendencia de lo que acababa de acontecer.
Tuvieron que llevarme a uno de los sofás de la sala de espera. Fueron a traerme una tila, pero hizo falta algo más que agua caliente para hacerme reaccionar. Y sin más, rompí a llorar. Se me hincharon los ojos tanto, que una enfermera me hizo tumbar, y me colocó una compresa fría y húmeda sobre ellos. No podía ver quién era el que me cogía de la mano, pero supuse que era el de siempre, aunque parecía que sus manos habían cambiado, su tacto, su textura. Pero eso no importaba. EStaba allí, en la sala de espera de un lugar como aquel, tumbada en ese sofá de esa piel, que en cuanto te mueves, da la sensación de que estás eliminando gases. Olía a yeso, a escayola, al plástico de los sueros, a betadine de la botella azul y de la marilla. Olía al sudor de una guardia de doce horas, a farmacia de urgencias. Oía las sirenas de fuera; el trajín de camillas de acá para allá,  y escuchaba voces que, bajo la batuta de una voz cantante se sincronizaban: "placa de tórax, oxígeno al máximo y un electro. -Sí, doctor." Y de nuevo, ir y venir de gente. Ya no lloraba, sólo escuchaba o que mis ojos no podían ver.
     No recuerdo cuánto tiempo estuve en aquel sofá pero fue el suficiente para quedarme adormilada y comenzar a soñar. Era como si mi cabeza intentara mantener la cordura, al tiempo que mezclaba los sonidos que escuchaba con mis sueños. Me dolía la muñeca izquierda y no sabía por qué. Y de pronto, todo se sumió en un profundo silencio, y me sumí en un estado de sopor cntra el que no pude luchar.
Me abracé a ti de inmediato; con fuerza, como si tueviese miedo de que algo pudiera separarnos. Pero tú, me consolabas, me decías palabras tiernas al oído, y me repetías que siempre estaríamos juntos, que siempre estarías conmigo. Me diste un beso y te alejaste hasta que ya no pude ver tu silueta. Entonces, comencé a oir todo el ruído anterior, pasos, camillas, sirenas,... Me quedé fría; se me enfriaron los pies, los brazos, y ya no había nadie congiéndome la mano. Otra vez me dolía la muñeca. La enfermera me quitó la compresa de mis doloridos ojos y me incorporé. Y entonces, lo vi claro. Tenía una vía puesta en la muñeca porque me habían sedado. Me quedé fría porque mi calor se fue con él, al soltarse su mano de la mía. Un escalofrío me recorrió tdo el cuerpo, al caer en la cuenta de mis sueños. "Siempre estaré contigo", me dijiste; te estabas despiediendo de mí. Y fue entonces, cuando la realidad me abofeteó con la mano abierta en la cara y en el corazón, y mi cabeza asimiló lo que tanto le costaba.
La muerte te alejaba de mí, dejándome un frío perenne en el cuerpo, y una caja de recuerdos vividos y por vivir. Entre sollozos, llamé a la enfermera: "¿Podría volver a sedarme? Olvidé decirle a mi marido que lo amo y que yo también estaré siempre con él.
                                                                    15 de mayo de 2008

17 de diciembre de 2010

"Bajaré por los caminos..."

Bajaré por los caminos verdes
y recorreré los senderos
que me lleven ante ti.
El astrolabio de tus ojos
me guiará en las noches
oscuras y estrelladas.
Pisaré sin hacer ruido,
no quiero que te vayas.
Te besaré despacio, sin prisa,
haré ténues mis caricias
y apasionado el momento.
Te arroparé mientras sueñas
y soñaré contigo.
Cuando me haya despertado
lloraré mi amargura...
Porque te has ido,
porque eres una mentira.
Porque no te tengo.
                         23 de febrero de 2010

14 de diciembre de 2010

La Pieza de la Semana

"Desconsol", Josep LLimona (1907)
     La escultura está llena de sentimiento, aspecto en el que rastreamos la vena simbolista: especialmente porque trata de trasmitir emociones interiores, lo que se consigue a través de su composición cerrada, de contornos curvos que parecen encerrar la figura en su propio mutismo, ocultándose de esta manera a la mirada del espectador y acentuando así su hermetismo y su misterio. En todo caso es la imagen misma de la tristeza y el desconsuelo, que de ahí el título, consecuencia directa del propio estado de ánimo del escultor, que acaba de vivir la pérdida de su mujer, Mercé Bonet, sin que ni su profunda religiosidad, ni el apoyo de sus ocho hijos puedan consolarle de su tristeza. Una escultura por lo demás muy especial en su trayectoria artística pues marca un cambio en su estilo, un cambio hacia la idealización total respecto a la figuración femenina, que en cualquier caso destaca por su indudable belleza derivada principalmente de su perfecta armonía, y su indolente desnudez.

http://www.artecreha.com/Historia_de_la_Belleza/j-llimona-qdesconsolq.html
Recuerdo

Quise odiar,
y por odiar, odieme a mí misma.
Quise olvidar,
y por olvidar, me olvidé de mi vida.
Quise arrancarte de mi ser,
y por arrarncarme, me arranqué la piel.
Quise pensar,
y por pensarte, te recuerso.
Quise recordar,
y por recordarte, me estoy hundiendo.
Quise querer,
y por quererte, te he perdido.
Quise perder, y por perderte, me estoy muriendo.
Quise soñar,
y por soñarte, mira lo que he sentido.
                      4 de noviembre de 1998

11 de diciembre de 2010

La Pieza de la Semana

"Noche estrellada", Vincent Van Gogh (1889)


Carácter inestable y temperamento fuerte. Van Gogh pinta esta obra tras sufrir una fuerte crisis en 1889. Muestra una visión nocturna de Saint-Rémy; esta era la vista que tenía desde su habitación del asilo. Mientras estuvo allí internado, pintó principalmente paisajes de la Provenza, separándose cada vez más del impresionismo.

8 de diciembre de 2010

LA TABERNA DEL LIBREDÓN
Mesa I

     Se sentó en el andén a esperar su tren, apenas faltaban unos minutos. El reloj de la estación no se diferenciaba de los relojes de cualquier otra estación; estaba sucio, en la noche parecía la cara iluminada de la luna, sus agujas eran negras y gruesas, los números grandes, y como no podía ser, no funcionaba bien. A pesar de ello, aquel reloj, marcaba sus últimos minutos en aquella ciudad, que siempre le había venido grande.
     El tren se acercaba; las pocas personas que estaban en el andén empezaron a mirar hacia el horizonte de las vías para vislumbrar el único punto de luz en medio de la noche oscura. Las madres abrigaban a sus hijos, los maridos cogían el equipaje, las abuelas y los enamorados lloraban la despedida y el factor de la estación apareció de entre las sombras como un espectro con una bandera y un silbato.
Deseaba marcharse, pero cuando llegó el momento de levantarse del banco, sintió un peso plomizo que durante un segundo le hizo dudar de su partida. Pero la duda se desvaneció en el mismo momento en el que recuerdos tortuosos, amargos y tristes, más una rabia contenida que finalmente se hizo patente, la devolvieron a la realidad de un billete de tren en la línea nocturna. Asió con fuerza su bolso y su maleta de ruedines desgastados, anduvo con paso firme hacia la orilla del andén, y esperó a que el tren se detuviera. Desde el mismo instante en que puso los pies en el vagón, un nerviosismo comenzó a correrle por el cuerpo. Si había sido capaz de tomar la decisión de su marcha, sería capaz de hacer frente a cualquiera que fuese su destino. Cuando encontró su asiento, y hubo acomodado sus bultos, se repantingó en su lugar quedándose profundamente dormida. Antes de cerrar los ojos, vio el reflejo de su departamento en la ventanilla, se apagó la luz, el reflejo desapareció y se sumió en un profundo sueño.

     Se despertó un par de veces porque sus huesos habían adoptado la forma del asiento. Cambiaba la postura en la medida de lo posible y volvía a quedarse dormida por el traqueteo del tren. En su momento más onírico, sintió como si alguien le tocase la cara en un atisbo de caricia, algo que asoció, no a una mano, sino a la cortinilla sobre la que apoyaba su cabeza. De pronto, una auténtica mano fría como el hielo, tocó las suyas. Era el revisor, para despertarla y advertirle que habían llegado al final del trayecto. Le dio las gracias de la forma más despierta que pudo, recogió sus cosas y bajó del tren.
     Cuando alguien se marcha inesperadamente, no puede esperar que al final de su huida haya alguien recibiéndolo con los brazos abiertos. Había llegado a su destino, o por lo menos al que ponía en el billete, y estaba sola. Preguntó en la estación si había algún hostal o albergue en el que alojarse, y una señora con aires algo rancios, le escribió una dirección en un papel y le indicó como llegar. Por lo que parecía el sitio no estaba lejos, y mientras caminaba por la acera encontró una cafetería, entró y pidió un café una tostada. Su repentina marcha de la mansión hizo que abandonara el lugar sin ni siquiera coger un triste bocadillo; el café y la tostada fueron engullidos casi sin parpadear. Se quedó pensativa mirando por la ventana; se veía a mucha gente por las calles con bolsas de compra y carritos, y pensó que igual era día de mercado. Continuó su camino. Llegó al hostal que le indicó la rancia mujer de la estación, un edificio con una fachada cubierta por enredaderas, macetas colgadas, buganvillas, rosales trepadores,… Era como un vergel en sentido vertical. Había tiestos a los lados del caminito de la entrada con geranios, pensamientos y margaritas, y pegadas a la entrada, unas macetas del tamaño de medio tonel con hortensias rosas y moradas. El caminito era de pizarra y el resto del terreno era un magnífico verde césped. Llamó al timbre y al abrirse la puerta, se encontró con algo que no tenía nada que ver con aquella fachada al estilo de los jardines Colgantes de Babilonia; la misma rancia mujer de la estación, le abrió la puerta, la miró de arriba abajo con una ceja más alta que otra, y presentando aires de una madre que castiga a su hija por llegar tarde, la increpó con tono desagradable, que hacía más de una hora la había visto en la estación y que por qué había tardado tanto en llegar. Claudia se quedó perpleja, y como si efectivamente fuera su madre dio explicaciones sobre el café, la tostada y el cansancio que arrastraba. Increíble, lo que el ejército se había perdido con aquella mujer. Pero el asunto no terminó ahí. Cuando la hizo firmar en el registro le preguntó cuánto tiempo pensaba quedarse allí, algo que ni siquiera la propia Claudia sabía. La señora volvió a levantar su ceja izquierda y con un ademán grosero, comenzó a decir que una mujer como ella, sola, tenía que saber esas cosas, y que el mundo era un lugar demasiado peligroso para no saber cuántos días se pasaba en un sitio. Claudia pensó con todo eso que seguía en el tren, dormida, y que estaba soñando con aquella mujer que sin saber por qué, se había comprometido a hacerle la vida imposible. Pero Claudia tenía mucha paciencia, mucho cansancio y ninguna gana de salir a buscar otro alojamiento donde la educación fuera una prioridad.
Finalmente, guió a Claudia por la escalera. La casa sólo tenía dos pisos, y le mostró su habitación: decididamente, aquel lugar no pegaba con aquella señora. La escalera estaba cubierta por una alfombra marrón y con un pasamanos en el lado derecho. Las paredes tenían cuadritos de frutas y de flores. Al llegar arriba había un pasillo transversal con cinco habitaciones, un par de armarios empotrados y la misma alfombra que en la escalera. En el centro había un pequeño aparador con dos potos y un espejo. Sólo el pasillo, era de lo más acogedor. La señora guió a Claudia hacia la derecha del pasillo y abrió la primera puerta de la izquierda. Al entrar, Claudia sintió un vuelco en el corazón; desde el balcón entraba una luz clarísima, que se veía maximizada por el color blanco impoluto de las paredes.
La habitación era bastante grande, teniendo en cuenta que la cama era de uno cinco, con un cabecero de madera formando dos “x” y una flor tallada entre ambas. Tenía un edredón nórdico y encima una colcha de ganchillo de color crema finísima y un par de cojines a juego. Combinando con el cabecero, un armario tallado con los mismos motivos y una cómoda alta, de cajones y un espejo sobre ella. Al fondo estaba la ventana que era puerta de terraza y al lado de ésta, estaba el armario. La cama, como si aquella mujer lo hubiera hecho a propósito, estaba en paralelo a la ventana. A Claudia ya no le parecía tan rancia; una persona que conseguía con tres muebles que una habitación fuera más que acogedora, algo de bueno tenía que tener. Claudia estaba deseando acostarse para quedarse dormida mirando a través de los cristales. La cómoda estaba cerca de la puerta, y todo el conjunto invitaba a que abriera su vieja maleta, guardara la ropa en el armario y tomara posesión de la habitación. 

7 de diciembre de 2010

Nana
Duerme, mi niño, duerme;
¿Por qué lloras?
Duerme que ya la noche viene.
Ya sé; se te ha perdido tu estrella.
Echará de menos su cielo
y ahora eres tú quien la añoras.
Duerme vida mía,
que mamá se elevará
por el firmamento
y con alas de ángel sincero,
te traerá la estrella
que tú más quieras.
Duerme mi chiquito,
que si no pudiera traerla,
le diré a la luna que venga
y que llene tu cielo de ellas.
Duerme mi niño, duerme,
que ya la noche viene.
                       10 de agosto de 1999

5 de diciembre de 2010

EL HORNO DE LA VIDA Cap. II

Capítulo II Un traje nuevo
     Bordeando la catedral se llegaba a una zona de casas antiguas. Jarek y Otto atravesaron un callejón, y entraron en una casa baja que hacía esquina. Olía a chimenea, a caliente,…. A comida caliente. Otto sintió como su estómago le hablaba en más de ocho idiomas. Hacía tanto que no comía en condiciones que aquel olor lo devoraba.
‘Las bombas cayeron en la zona sur, en el barrio obrero. Aquí estamos a salvo,… por el momento,….’ Jarek le enseñó a Otto la casa y lo llevó a una estancia sin ventanas, pequeña, que olía a cerrado, pero que era acogedora, con una cama pequeña cubierta con una colcha de patchwork de vivos colores.
‘En ese armario tiene ropa limpia,… de mi hermano. Mire bien, pruébeselo todo, algo habrá que se pueda poner y tirar esos andrajos que lleva. Bueno, el abrigo no, pero esos pantalones casi hablan solos.’ Jarek le indicó que en un arcón bajo la cama, también había zapatos y algún par de botas.
‘Imagino que a su hermano no le molestará que coja sus cosas, supongo que es ropa que ya no usa’.
‘Murió. Efectivamente, ya no la usa. Y a gente como usted le hace falta.’ Otto se quedó callado y exhaló un tímido ‘lo siento’.
Pero en todo aquello, había algo raro. Otto acababa de llegar a esa ciudad, no conocía a nadie, y un desconocido, le daba alojamiento y ropa limpia.
‘Mire, le agradezco todo esto, pero… yo no lo conozco, no quiero ser un estorbo,… La situación ya es bastante complicada, verá estoy buscando a mi esposa, y seguiré mi camino. Descansaré un rato y me iré, de verdad. Gracias por todo.’ Otto volvió a guardar la ropa dentro del armario.
‘Precisamente, como la situación es tan complicada es bueno que nos ayudemos los unos a los otros.’ Jarek lo miraba, y observaba sus manos.
‘¿A qué se dedicaba usted antes de la guerra?, le preguntó.
‘Era profesor y pintor’, Otto respondió con un tono melancólico que daba clases en un colegio, en un pequeño pueblo de Polonia.
‘¿Y qué es que lo pinta?, ¿Cuadros, o es pintor de brocha gorda?, preguntó Jarek.
‘Pintaba iconos. Imágenes religiosas; en ocasiones, incluso arreglaba las que teníamos en la iglesia. Pero supongo, que se habrán perdido. Mi profesión es la de maestro.’
‘Le traeré agua caliente para que pueda asearse; cuando se vista vaya a la sala, allí cenaremos.’
Otto pensó, que a fin de cuentas, qué importaba que no lo conociera de nada. En tiempos de guerra todo daba igual, todo o casi todo, estaba permitido. Si ese hombre lo ayudaba, una ayuda que necesitaba, no le diría que no.
     Se aseó y eligió un traje de color marrón militar, bien planchado, de lana y se lo puso. Incluso se echó un poco de agua de colonia y salió de la habitación a la sala. Jarek le presentó a una mujer joven, que vestía un delantal blanco. Se llamaba Linnet.
Mientras cenaban, Jarek le preguntó cómo había terminado un maestro polaco en la otra punta del continente, en aquella esquina de Francia, a lo que Otto respondió explicando que su esposa y él, se fueron de Polonia al poco tiempo de la llegada de los alemanes. Pretendían llegar a París a casa de unos parientes, pero les sorprendió un control en la frontera, algo que los retrasó mucho. No les dejaron moverse de allí hasta casi un día después. Ese retraso fue fatal, pues cuando continuaron su viaje, les sorprendió un bombardeo y se separaron.
‘¿Y cómo sabe que sigue viva? Jarek lo miró con escepticismo.
‘Había listas de supervivientes y listas con los nombres de las personas que se habían llevado en trenes hacia el oeste. Su nombre estaba en la segunda lista. Confío en que esté viva, o en alguna cárcel,… Verá,… Yo no soy judío, pero mi mujer sí. Y creo que esa fue la causa del retraso en la frontera.’ Linnet miró a los dos hombres, que de pronto se habían quedado callados.
‘Seguro que la encontrará, y cuando lo haga y todo esto se acabe, vendrán los dos a cenar a nuestra casa. Además, tengo dos sobrinos que necesitan un profesor. Como se habrá imaginado, ahora mismo no hay escuela.’

     Después de cenar, se acostó. Casi no se acordaba de los días que hacía que no comía bien, que no dormía en un colchón, y que no pasaba frío durmiendo. Se arropó con la colcha de patchwork y rezó porque su esposa se encontrara bien, como fuera y donde fuera. Que estuviera bien, caliente, y que no pasara hambre,… Europa estaba sumida en una guerra que no parecía tener fin, pero la vida continuaba, debía continuar. De pronto le corrió un escalofrío por el cuerpo al pensar que quizá no encontrara a su mujer, que estuviera,… Qué vida iba a continuar él sin ella, sin su amiga, su amante, su esposa,… Se fue quedando traspuesto, y le vino a la cabeza la escuela en la había trabajado los últimos años. Los niños a los que enseñaba a leer, a escribir sin faltas de ortografía, a tener educación en la mesa,… Las risas que se echaba con ellos y su lógica aplastante, la misma que era la prueba viva de su inocencia. Se preguntaba que habría sido de ellos. Y se fue quedando dormido, poco a poco, soñando con muñecos de nieve, niños y cuentos.

     A la mañana siguiente, después de desayunar, se fueron él y Jarek a otra casa baja que estaba dos calles más abajo. Cuando entraron, Otto miró al hombre que se encontraba allí. Viejo, con el pelo canoso,  que sostenía un tubo metálico en la mano. Jarek los presentó.
‘Este es Otto Stawthsevich, creo que puede ayudarnos’.
‘Un placer. ¿Cuál es su maestría?’ preguntó el hombre. Otto no entendía.
‘Pinta iconos. Tú verás si vale o no’, dijo Jarek.
‘Pintor,… sí, necesitamos un pintor, la pintura es lo primero que se pierde. Yo soy soplador de vidrio,…’.
Su maestría. Cuál era su maestría,… Otto no terminaba de entender nada, pero
pronto lo comprendería, sobre todo cuando lo llevaron al sótano.

1 de diciembre de 2010

EL HORNO DE LA VIDA Cap. I

 
Capítulo I El abrigo
     Se fue caminando medio arrastrando los pies. Llevaba puesto un abrigo que le quedaba grande, uno de esos abrigos de paño de caballero, pesado y con unas guatas gordas que le hacían parecer un armario empotrado, pero por lo menos estaba caliente. Le iba grande pero no pasaba frío. Entre sus pocas pertenencias se encontraba una funda de almohada cosida por unos de los extremos, que le servía de saco. En ella guardaba media barra de pan, que si no consumía pronto, se convertiría en un arma arrojadiza, dos manzanas amarillas y dos hebras de tocino que le había dado un señor hacía ya dos días. Ese era todo su alimento, y bastante era; otros no tenían ni eso. Al caminar, le iba picando la espalda. Se acordó de que la noche anterior había dormido en lo que quedaba de un pajar abandonado, y asoció que los picores se debían a las posibles pulgas que se habían pegado a su ropa, porque claro, había dormido vestido. Además, no tenía pijama, ¿qué pijama iba a tener, si apenas tenía qué comer? De los picores en la cabeza ya ni se acordaba; se había acostumbrado. Y siguió su camino.
     Cuando llegó al final del sendero se alegró porque vio que llegaba a una población, y parecía bastante grande. Caminó con más ahínco y llegó a una gran plaza. Había mucha gente, algo que lo sorprendió mucho; pensó que los aviones alemanes lo habían destruido todo en muchos kilómetros a la redonda, pero aquel lugar, dentro de las circunstancias, estaba casi entero. Cada vez iba más deprisa, mirando a todas las personas que se cruzaban con él. Miró a su alrededor, y como no encontraba lo que buscaba, decidió preguntar; 'Disculpe, ¿Hay algún registro de supervivientes?', lo preguntó casi con miedo, como si temiera que su vida dependiera de ello. 'Sí, pero la lista es corta, demasiado corta,... Ahí, pasada esa calle de la derecha, al final, encontrará una plaza y en el centro, un tablón de madera con la lista. Espero que tenga suerte.'
Se puso muy nervioso, tanto, que aceleró el paso sin darse cuenta. Cuando llegó al tablón, buscó su nombre. El de ella. Nada. Stawthsevich, Stawthsevich,... Nada. Todo el nerviosismo desapareció de pronto y un peso plomizo parecía que tiraba del abrigo que le quedaba tan grande, hacia abajo, y le impidiera andar con normalidad. Otra vez arrastraba los pies. Esta era la lista número veinte que revisaba en busca de su mujer, pero no la encontraba. Pensó que lo mejor era buscar un lugar para sentarse a comer una manzana de las que llevaba y luego buscar agua. Y así lo hizo. Encontró una taberna, entró  y se dirigió al camarero para preguntarle por el dueño.
'Está en la trastienda, poniendo un poco de orden, espere que lo voy a buscar'. El camarero se metió tras una cortina y desapareció. Fueron un par de minutos eternos. Él sólo pensaba que si después de veinte listas no la había encontrado, o estaba muerta, o en un campo de concentración de esos de los que había oído hablar. Se acordó, de que en una ocasión, alguien le había comentado que metían a gente en unos trenes, cuyo destino se desconocía, y la gente que iba en ellos nunca más regresaba. Se acordó de los rumores que corrían sobre gente que había escapado y que hablaban de cosas tan absurdas, como que, había un lugar al este, en el que todos los días llegaban trenes repletos de gente tomada como prisionera, pero que aquel lugar nunca se llenaba del todo porque siempre llegaban más, y así todas las semanas. Decía que en ese sitio del este, siempre olí a carne quemada,... Tonterías, pensó. Esos olores tenían que ser normales; habría cocinas trabajando a todo gas para dar de comer, tanto a presos como a soldados,..... 'Qué desea, en qué puedo ayudarle'. El dueño de la taberna rescató de sus cavilaciones fantasmagóricas, y lo devolvió a la realidad.
'Buenos días, gracias por atenderme. Verá señor, hace días que no como ni bebo en condiciones, pero sólo tengo unas monedas', se metió la mano en el bolsillo del pantalón y las hizo tintinear sacando unas pocas. '¿Qué podría comer con esto?'. El dueño se echó a reír, y le contestó, casi con lágrimas en los ojos, que con esa cantidad no le daba ni un café. 'Vaya, pues lo siento,... Siento haberle molestado,... Gracias de todos modos'. Salió de la taberna y cuando estuvo a punto de desandar sus pasos, una mano lo agarró por el hombro y lo detuvo. Era el camarero. Pero no le habló, sólo le dio un papel con unas señas, y le dijo que no insistiera, que si el dueño no podía ayudarle, nada se podía hacer, que era un buen hombre, pero,…. Era un mal momento. No entendió nada, sólo que tenía hambre y frío, y necesitaba un lugar donde dormir. Y se fue, sin más.
     Se sentó en una acera y se quedó mirando su abrigo; era demasiado grande pero en las noches al raso lo cubría como una madre a su niño. Pensó, que cuando todo hubiera terminado, lo llevaría a arreglar, a que le cosieran los botones que le faltaban y que lo limpiaran en condiciones,… ‘Pero hombre de Dios, todavía sigue usted aquí,… qué ha hecho con el papel que le di…’,  dijo el camarero enfundado en unos pantalones gris marengo y una camisa blanca manchada con todo tipo de chorretones, además de un abrigo largo que parecía nuevo. ‘¿Cómo se llama?’, le preguntó camarero, mientras lo ayudaba a incorporarse y cogido por un brazo, se lo llevaba a toda prisa por el fondo de una calle llena de escombros, entre los que señoras con pañuelos negros en la cabeza, buscaban los restos de sus pertenencias.
‘Me llamo Otto, Otto Stawthsevich’, dijo bajo su gran abrigo mientras caminaba aceleradamente. ‘¿A dónde vamos?’.
‘Al casco viejo; allí podrá lavarse, comer caliente y descansar. Con un poco de suerte, mi hermano tendrá algo de ropa que le sirva, es más o menos como usted.’ Otto pensó que no conocía de nada a aquel camarero, ni siquiera su nombre, pero imaginar un plato de comida caliente y agua para lavarse, le hizo olvidarse de todo.
‘¿Encontró lo que buscaba?’, le preguntó el camarero.
‘¿Perdón?’
‘La lista de supervivientes,… ¿Encontró a la persona que buscaba?’
Otto cambió su semblante, y la sopa caliente de su cabeza desapareció, junto con el agua para asearse y posible ropa limpia.
‘No. No la encontré.’ Y se hizo el silencio.
Diez minutos después, estaban en el casco viejo, bordeando la catedral. Miró hacia arriba, a la aguja y a las torres,…
‘¿Cómo es posible que siga en pie?’, preguntó Otto.
‘Porque Dios tiene muy bien pensado quién y qué quiere que sobreviva en medio de esta furia humana sin sentido’. Por cierto, me llamo Jarek.